- Eres cruel...
Solo eso pudo haber llegado a mis oídos.
Mientras caminaba, la luna dibujaba lienzos románticos con las estrellas, como todo humano básico. Sentía que brillaba para mí, que ese espectáculo mágico que acontece en esta noche era para guiarme a mí, el auto nombrado héroe que camina hacia su destino, delirando caricias, maldiciendo besos de antaño.
Confieso que la quise junto a mí en tiempos de inmadurez, me acondicione yo mismo a amarle desmesuradamente, de verla en un altar, encima del poco respeto que me quedaba, encima de mi amor propio.
He saboreado su entrepierna en mi boca, extraño sabor de mujer que dura años en desaparecer de mi lengua, como lamía esos labios y ellos me recibían con una bendición mojada y me bautizaban, naciendo nuevamente perro, un perro que meneaba su cola a la espera de su ama.
Hace años de esos momentos de sumisión, donde quede a su espera, abandonado, fuera de su casa. Escuchaba los gemidos de placer que le provocaban, no era yo, ni tampoco era que se masturbaba a mi nombre, a juzgar por el carro que veía en la esquina de la calle, le pertenecía a ese tal amigo que siempre me decía que no me preocupara, que no era nada, que solo eran amigos.
Era patético como no pudo escapar la ira por mi boca, que no vocalicé lo puta que era, yo no era suficiente, no era justo, más, me aleje, y no volví.
Habíamos quedado en el aparcamiento del lago, ese fue el lugar donde habíamos quedado, ya que su marido era bien conocido en aquel pequeño pueblo, y a esas horas de la madrugada la luna tenía un brillo especial que provocaba a los infieles, a los que sufrían por el corazón roto, a los que jugaban a amarse bajo el anonimato de la oscuridad.
Me acerqué a su vehículo y le toqué la ventana, era un vehículo de alta gama color negro que deslumbraba a la vista, eso era buena vida, ella estaba mejor que antes, más bella, más forrada en dinero, había tomado la mejor decisión al dejarme de esa manera.
- Has venido- me respondió- has venido a mi llamado a pesar de todo lo que te he hecho.
Se bajó de su vehículo y no creo que es justo lo que veía, sus ojos me observaban igual que antes, su pelo corto era una poesía a mi pecho, su escote mostraban parcialmente sus senos mientras jugaban con mi mirada, y su voz susurraba a voces en mi cabeza atontando mi sano juicio.
Una mano acarició mi pecho y dibujaba mis pensamientos en él, pero le retuve la mano y le contesté:
- Me has roto el corazón, le harás lo mismo a tu nueva víctima?
Ella no contesto, pero ese silencio decía mucho más que todas las respuestas que pudo haberme dado, me daba asco.
Pero a ella le divertía, y esa mano que hacia lienzos en mi pecho bajo súbitamente a mi pene, mientras le frotaba con delicada, pero determinada devoción.
Abrió mi correa, y bajo mis pantalones hasta las rodillas, hacia un poco de fuerza con su cuerpo inhibiendo mi escape, delicada, certera, bajándome la ropa interior y descubriendo al que nunca miente, mi falo a mitad de despertar.
Como todo amante en su primera cita, se tiene que besar de lado por si vas a fallar, así lo hizo la causante de mis dolores y mi actual humillación, con sus labios sedosos inyectando el amor, y besándome, dominándome. Fue hacia la punta, y como si se envolviese un regalo, envolvió mi pene con exquisita sensación, y me chupaba el miembro a ritmo de baile.
El orgullo siempre había acallado en mí, pero como si en esa ocasión le dio en gana de interrumpir con enojo ese momento, y le separe de mí con rudeza. La ira crecía en mí por su rebelde actitud e irrespeto a mi amor propio, y le agarré por una muñeca y pensé que pudiese llegársela a romper. Me acerqué a su oído lentamente y le dije:
- Eso ya no más, tú permeabas mi alma en cada noche y hacías lo que te venga en gana, pero no más, no soy tu juguete.
Le empujé hacia la capota del carro, aunque su vestido se confundía con el color de la noche, nadie más que nosotros vimos se agitaba violentamente hacia arriba mientras yo le daba placer con mi mano libre, mientras la otra sostenía sus pequeñas muñecas contra la capota del carro. Ella gemía con restricción, pues no tuvo más remedio que someterse a mis dedos que a diferencia del otro, estaban empapados de segregación de flujo vaginal. Primero iban por fuera, jugando alrededor de sus labios mayores, burlándose de su sensación, queriendo ser tocada él. Ya no forcejeaba tanto, se mecía un poco y con discreción, pero yo sé que le encantaba, que lo adoraba. Lento, mi dedo se acercó a su clítoris, una electricidad me llego de su cuerpo y se estremecía, le froté lento y delicado, y vi como se le escapaba de su boca superior aire caliente, empañando la capota fría de ese color negro metálico.
Separe sus cachetes y sin aviso, me la comí por detrás, haciendo que ella diera un grito de sorpresa, pero era un grito dulce, que salía de dentro de ella, de lo más profundo.
Acerque mi miembro y le iba por afuera de sus labios mayores, luego en forma de espiral circularon más dentro hacia los inferiores, yo sentía como su vagina se contraía haciendo como si me quería succionar adentro, invitándome de rodillas hacia su morada.
Ella murmuraba algo por lo bajo, la agarre por la nuca y le ordene:
- No te escucho, perra maldita, sé mujer y di lo que quieres.
-... la- murmuro por lo bajo
- No te escucho- le hice mayor fuerza en la nuca- o quieres que me vaya?
Hice como si me alejara, y ella se dio la vuelta agarrándome por las manos para retenerme. Duro un segundo que, a pesar del frío que hacía, ni lo sentía por el calor de mi furia, ella se sentó encima de su vehículo, y en un ceremonial y silencioso, obedientemente abrió sus patas descubriendo su vergüenza:
- Métemela- suplico.
Con media sonrisa, me le acerqué e introduje mi pene lentamente. Ella tenía una mirada desorbitada, quizá por lo hermosas que eran las estrellas en esa noche negra, o por mi enorme nabo. Retrocede desde mi punta, y lo volvía a hundir más, gradualmente hundiéndose más y más, acomodándola a mi gran falo, penetrándola, volviéndole mi perra. Yo le bailaba rítmicamente mientras ella cantaba gimoteos, no le importaba al parecer que nos escucharan, posiblemente por el sexo tremendo que le estaba dando, más con mi mano le tape la boca con fuerza, empujándole la cara hacia arriba.
Luego de un rato enorme entre ella y yo, en diplomacia en la oscuridad, ella forcejeó con mi mano opresora y llego a decir:
- Me vengo perro, me vengo.
Le abofeteé la boca desobediente y le agarré por el cuello, con extrema fuerza, como si le quisiera matar.
- Cállate, cállate vagabunda- le respondí con odio.
Y así su cuerpo se estremeció con violencia y no dejaba de temblar, se tensó apretando todo su interior, haciendo que me sintiera extremadamente bien, haciendo que me viniera en su coño con desmesurado salvajismo, hincándole el miembro más a fondo.
Mi cuerpo tuvo un instante que perdió fuerza, caí encima de ella pesadamente, y nuestras respiraciones se sincronizaron en un jadeo intenso.
Luego me pare en ese instante, me subí mi ropa interior y mis pantalones, me subí el cierre y me puse la correa. Y mientras me ajustaba la camisa, la vi a ella todavía jadeante, con líquido de semen saliendo de su vagina. Le dije:
- Esto es para que me recuerdes mejor de lo que era, pero no te equivoques, no me busques más.
Me alejé de aquella figura que yacía en la capota de un carro negro color negro metálico, en conspiración con la oscuridad, perdiéndome en el color de la noche.