Siempre lo recordaré, siempre oiré su voz en lo recóndito de mi conciencia. No soy uno, soy legión, pero cantaré mi discordia y serán testigo de lo triste del mal amor.
Tres décadas y estoy en mi tope, treinta años y aún hago cosas absurdas, un delirante hombre apasionado por el romance, el cliente favorito del amor romántico que surgió en el siglo pasado, que cuando sale de trabajar viene al cementerio a entre los muertos cantar.
No, no padezco de locura ni me destruyo el amor de una mujer, más, sin embargo, su recuerdo me lleva este lugar para cantar en soledad. Prendo un leño y esbozo una sonrisa a la nada, burlándome de mi mismo si me viera en sus ojos, en nada, cohabitando con la niebla y las tumbas gastadas por los años.
El viento simula en mi cuello las caricias de una difunta, si, de aquella que murió y quedo en el pasado, en una idea sin futuro, en el presente sin acompañantes, la lírica de una sonata sin su amor. El dolor se desparrama y lo desahoga mi canto, complaciendo a los muertos, recipientes involuntarios de mi canción.
No es que se me olviden sus ojos, pero aquellos los vi en la distancia de este gran cementerio, limpio mis ojos con el puño y apago mi tabaco, pensando si acaso esta hierba me puso a alucinar, de seguro me habían engañado.
La neblina estaba formada ya en lugar, pero mis ojos no me engañan y veo la silueta negra de una mujer, sostenía su largo vestido mientras danzaba con la neblina mezclándose con el ambiente. Estaba mayormente cubierta y tenía un velo negro que se podía ver dentro. Su vestido negro era muy largo y fino, mientras caminaba parecía mejor que se deslizaba con el vestido.
- Te he escuchado cantar, ¿a quién dedicas cierto sentimiento?- dijo la extraña.
El espanto era visible en mi cara, pero su voz me era conocida, por lo que baje mi guardia y conteste:
- A una extraña que esta extraña no conoce, pero tu voz me suena y las dudas me confunden.
La extraña se descubre el velo de su rostro y la maldita juega con mi sanidad llenándome de un dulce amargo, era el rostro de aquella que rompió mi corazón al caer de su balcón, muriendo en mis brazos aquella noche, arruinando mi vida. Me invita con una mano y no pienso bien las probabilidades de que siguiera viva, no me importo pisar su largo vestido negro que la rodeaba, pero igual me abrazo y me invadió su olor. Su olor era el mismo, me recuerda a cuando me venía a visitar a la oficina, con comida en un brazo y toda su buena vibra en el otro, cuando se acercaba a besarme, ese mismo olor me arropaba con bendecido consuelo, y entre sus labios y mi memoria olfativa, nunca me dejaron olvidarla.
Sentí frío en sus brazos, y sin darme tiempo a reaccionar se aprieta más a mí.
- Te he escuchado- volvió a repetir. Sus ojos no tenían el mismo color que antes, no tenían la vida y la fuerza que antes irradiaban, algo no estaba bien.
Siento como mis brazos se hunden en su vestido, intento alejarme, pero mis manos quedaron agarradas fuertemente por una masa dura.
- Te he escuchado- continuo- te he escuchado en boca de otra mujer en este mismo lugar, ahora sus lágrimas se han vuelto de todos, ven, juguetea mis pezones con tu boca, que te brindaré lo que quieras.
Su vestido negro se desintegra enseñando su verdadera forma, horrorizándome al instante por la tremenda trampa en la que estaba metido. El largo vestido era su cuerpo, una masa negra mezclada con la tierra y los cadáveres del cementerio. Había esqueletos y cadáveres en todo tipo de estados de descomposición, todos en uno, incluyendo el cuerpo de mi amada, que me miraba y sonreía inexpresivamente.
Sus senos eran el mismo, pero el resto de su cuerpo estaba formado por pedazos de otros cuerpos, inclusive una de sus orejas.
- Canta para nosotros- decía el monstruo mientras mis manos comenzaban a ser apretadas- tu, por siempre... nosotros cantaras.
La masa iba absorbiendo mi cuerpo, otras manos que formaban parte de la masa negra me iban arrancando la ropa, comencé a gritar.
Mis gritos desgarradores y mis clemencias no paraban al monstruo, sentí como otras manos jugaban con mis genitales, las bocas con mis pezones y otras partes del cuerpo, unas lamían y excitaban, otras me mordían salvajemente mientras la masa me seguía jalando dentro lentamente y rompiéndome los huesos.
Ya dentro de ella, el rostro de mi amada se unió dentro y me beso en la boca, no dejándome respirar mientras era arrollado por el dolor. Todo el dolor y los desgarros seguían sucediendo, hasta que, súbitamente, todo paro, todo quedo en silencio.
La cantata en el cementerio me ha llevado a la tumba, mi amada duerme conmigo entre esta legión de muertos, somos uno, lo somos todos, y esperamos que tú te unas pronto.