En un mundo de ilusiones, permea la historia de los cien amores.
La aurora dulce de aquel deseo juvenil, la primera sensación palpable de que me convertía en un adulto, aun siendo el más cruel personaje con mentalidad de inocente.
Me acuerdo de mi primer amor, de tantos que había fantaseado en mi cabeza con mis compañeras de clase. Me enamoré de una que tenía aquellos cabellos negros como el ébano, y una tal pálida piel para un entorno caribeño. Entre mis ideales comunes de un macho en potencia, pensaba que como en las novelas: “el que persevera, triunfa”, luchando por un amor no correspondido, correspondido solo para otra persona que no era yo, sino un amigo, la cual había perdido tanto su amistad, como el amor de aquella niña en un enfrentamiento abierto por el que desde el principio ya estaba decidido.
Confieso que he tenido tantos amores en mi cabeza, cien amores mal contados, mal actuados, que se reproducen en mi cabeza, declarándome con la una y olvidándole en penas, en el inevitable rechazo, creciendo mi romanticismo de literatura romántica como mi cuerpo y mis años, madurando, fermentando y siendo vino.
En mi confusión, había confundido el sexo con amor, ese caliente y esas vibraciones con otras miradas, viajando al mundo, conquistando cuerpos internacionales y conociendo gratis buena gastronomía, perdiéndome en mi camino a encontrar a uno entre los cien amores.
Entre ellos, vislumbre una esmeralda que cambio mi realidad y extendió mi mundo, desafiaba mis creencias y con su anarquía derroco el nepotismo en la administración de mis ideas. Tan violento huracán me sedujo con sus vientos fuertes, y me abandono en un campo vacío, y tan fuerte fue su llegada que súbitamente desapareció de mi vida, vi mis cosechas devastadas por su paso, y me perdí.
Le pido al bartender que me dé otro sake, aquí no solo se trabajan las horas contratadas, sino las que te pida el jefe. He amado nuevamente, aunque su herida no ha sanado, he creado nueva vida y nombrado en tal un nuevo amor, vivo soltero y pagando la manutención en una soledad autoinducida, y tambaleo borracho perdiéndome, en el país del sol naciente.