Solo era no entrar, pero mi espíritu aventurero no cesaba de impresionarme y decidí irme derecho a mi tumba, nadie lo esperaba, más que aquella habitación carmesí que se había robado mi alma.
El castillo en esta extraña dimensión que había entrado yo en este viaje por las montañas, abandonado en la soledad y la nieve. Decidí inspeccionar aquel castillo que en silencio me llamaba, me trepe por las paredes que aún pertenecían en sus murallas sólidas, la humedad había llamado al moho y al mal olor en su alrededor.
Las puertas aún estaban fijas, eran pesadas y se podía apreciar su densidad, pero había una en las profundidades del castillo que pertenecía semi-abierta, lo suficiente como para que yo entrase.
Era pura oscuridad, encendí mi foco para ver mejor. Era un cuarto oscuro, había una cama enorme y destruida en el fondo de la habitación, tenía aún su tela color rojo intacta, pero comida por el polvo y devorada por la humedad.
Había un espejo en el lado opuesto, también el polvo había cubierto su superficie, pero procedí en mi curiosidad limpiarlo con un trapo viejo que tenía en mi mochila.
Tan solo lo toqué, y me entro un sueño profundo, era como si la habitación succionaba mi energía, haciéndome caer y perder el conocimiento.
Comencé a sentir calor en la habitación, y el olor de la canela e incienso, era una sensación agradable y confortante, sentía como si estuviese arropado por ese olor y se deslizara por mi cuerpo, yo sentí el contacto de mi piel desnuda con una tela muy suave, era una seda muy relajante.
Abrí mis ojos extrañado, pensé que estaba en un cuarto carcomido por el moho y los años, pero estaba en una habitación de ensueño carmesí, por sus paredes y la tela de la cama color rojo carmesí. Las terminaciones en oro y el marco precioso del espejo brillaban escandalosamente, y la luz tenue adornaban el ambiente con excelente majestad.
Me acerqué al espejo y me vi en él, completamente desnudo, atractivo. Intente tocarme porque parecía tan real el otro lado, pero era solo un espejo que delante de mí me mostraba, haciendo que me enamorara de lo que veía.
Aquella boca, aquellos ojos color miel, me miraban a través del reflejo y me ruborizaba al verme. El sonido de un reloj sonaba lenta y rítmicamente a través de la estancia, me descubría dejándome llevar por el ritmo del péndulo de un lado a otro y tocándome mientras me veía, mi pecho se movía más enérgicamente que antes descubriendo mi deseo.
Me tocaba mis pectorales perfectos y marcados, mis dedos eran suaves, suavemente se movían entre la división de los mismos y mi cuello, empezando por mi lado derecho, lento, despacio, apasionante. Con mi otra mano bajaba a mis abdominales, pasando cada uno de ellos como si dibujase un lienzo que era mi cuerpo, descendiendo a mis grandes muslos, traicionándome cuando rozo mi falo, que despertaba en aquellos momentos de roja lujuria.
Me estaba empezando a masturbar, me adoraba cuando veía mi cara llena de placer, en su máxima potencia mi miembro excitado se asomaba y disfrutaba, estaba delante de mí yo mismo viéndome, deseándome, amándome.
De pronto, vi como de la cama algo se asomaba, era la figura de un humano, que se materializaba desde abajo de las sabanas como por arte de magia negra, descubriendo un cuerpo moreno que yo conocía muy bien. Ese era yo, quien se acercaba a sí mismo, al del espejo, mi sorpresa no me saco de aquel hechizo y mi cuerpo no obedecía, sentía como sus manos recorrían mi espalda, se dirigieron hacia mi pecho y mi mentón, respirando en mi cuello, entre perfume y el calor de aquel volcán.
Sus labios eran suaves, pero ásperos, lo sé porque me besaba el cuello haciéndome temblar, sentí como mi propio falo rozaba mi trasero y lo bien que se sentía, haciéndome estremecer.
Cerré mis ojos y nuevamente los abrí, ya no veía mi propia figura, sino la de una mujer blanca que conocía muy bien. Ella visitaba mis sueños en noches turbias y me ahogaba en mis suspiros nocturnos a su nombre, cabello blanco y ojos azul inframundo, me miraban mientras sentía sus manos y su falo contra mi trasero.