Así de impactante resultaba,
el chocar de minuciosas miradas en el parque,
el pasar lento de los segundos en sus pisadas,
la sonrisa luego de pasarme llevándote mi alma entera.
Es un aberrante esquema de coincidencias,
me llevaron a encontrarla aquella noche desvelada,
silente y observante en su bien situado balcón,
bronceándose semidesnuda con la luz de la luna.
Reincido en recordarle tal cual le conocí,
una obra tal cual admirada por mortales y dioses indolentes,
inmortal en mi memoria y en la de los hombres de la humanidad,
tan única, tan impresionante e imposiblemente ella.
Sin su presencia siento la nomenclatura de su ausencia,
remanentes de sus fórmulas y pócimas de pasión,
caen hojas amarillas que simbolizan al tiempo en mi piel,
entre los siglos y milenios del corto tiempo sin su presencia.
¿Qué tanto puede amarle un mortal?,
si lo que toca se vuelve suyo y lo hace eterno,
las cadenas del tiempo se vuelven obsoletas,
y entre sus alas y la eternidad fui feliz.
Inexplicablemente impresionante el azul de sus ojos,
impactante como se fijan en su víctima en su rabia azul,
callada e implacable con la daga de sus besos,
que al desangrarme caigo en sus brazos como víctima fatal.
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