jueves, 7 de marzo de 2019

Huella sangrienta




Me incomodan mis brazos.
Ya tengo varias horas desde la ultima vez que hubo "complicaciones" en el centro, por ello injustamente me pusieron este camisón de fuerza y me encerraron en esta sala tan blanca, tan, callada.
Ya tengo varias horas con mis brazos rodeando mi pecho, queriendo moverse de esa posición sin algún logro, decepcionandose por tal y aliviandose por tal al mismo tiempo, sabiendo que son parte de mi imaginación, los brazos no piensan.
Entre a este centro luego de que me cantaron mi penalidad en la Suprema Corte de mi país, me iban a freir en la silla eléctrica pero mi abogado hizo un excelente trabajo y desvió mi condena a estar encerrado en este infierno frio por lo que me reste de vida. El licensiado Marmol decidió alegar demencia de mi parte, Esquizofrenia paranoide dijo el licensiado, el causante de el asesinato de mi esposa.

Por el rabillo de el ojo, pude ver  en el centro una muñeca con blancos cabellos que sonreía.
Pues, que motivo tendría un hombre para matar a la mujer de su vida?, algún engaño?, algún otro u otra o quizá el desamor? No, ninguno de estos puede ser un motivo valido para matar a la mujer de tu vida, cosas tan simples no pueden llenar el vacío que te dejará su ausencia, su olor, su presencia que aun existe en su lado de nuestra cama.
Cuando gire nuevamente, vi que la muñeca estaba un poco mas cerca que la ultima vez, aunque, pareciera no haberse movido, pero sé que se ha movido!
Pero, en primer lugar, que hace una muñeca dentro de la sala de tortura de este centro psiquiatrico?, acaso se le habrá olvidado al personal antes de ingresarme o acaso la uso como metodo para escapár de la realidad? Nunca vi una muñeca cuando entre a esta habitación por lo que puedo concluir que mi segunda opción es más acertada. Para que usaría yo una muñeca para escapar de esta realidad?, nunca tuve algún gusto por una de estas ni me han causado alguna impresión, creí que la que me acompañaría en estos momentos era la difunta, haciéndome entender que hasta luego de muerta no me dejará en paz.

No mate a mi esposa por venganza, ni por odio, ella mas bien era de el tipo que cuando la llegas a conocer, te das cuenta que te reprochaba porque le preocupas,  era una suerte excepcional para todo aquel que la lograse a conocer. La maté por la monotonía, por el casete que se repetía todos los días, despertar para cumplir un horario, regresar a casa a mirarse la casa y a pretender que ese fuego de el primer día aun existe, sonreír como si ya no sabemos que entre los dos solo ha quedado la costumbre.
Me tenía cansado con sus celos fingidos, como si le importase cuantas veces te has follado a quien te plazca, con tal de que completes los estandares de pareja y lo apremie la sociedad.
La mate con mis manos al romperle el cuello con mis manos, sentí algo quebrase cuando la aprete con mis fuerzas entre mis manos, mis delicadas manos, tan femeninas y carentes de rudeza masculina, pero malditas las mismas porque de lo inesperado sacaron fuerzas para matarte mi amada, quitarte la vida para negarte un segundo mas de estorbar, de quererme tanto y llenarme de heridas que me harán sangrar.

Me estremecí rápidamente intentándome parar cuando vi la muñeca ya estar posicionada mucho mas cerca mio, ya no podía burlar lo que vieron mis ojos anteriormente, algo no anda bien.
Me fije detalladamente en la muñeca, ella estaba sentada con un vestido negro con detalles dorados que daban la impresión de estar parada, tenía el pelo muy parecido a el de mi esposa, pero estos, eran de un blanco espiritu, como si fuese un color que tuviese vida. No quería fijarme en sus ojos, sabia, que si los miraba, me iba a dar cuenta de algo catastrófico, de que yo mismo debía de dudar de mi sanidad.

Mi cuerpo estremecía, pero me quede en mi esquina esperando que con mi mirada, defendiera de cualquier cosa que pueda venir ya que veía completamente la habitación. La muñeca no se habia movido, pero sentía que se movía, que si parpadeaba ya no viviría para contarlo.
Solo podía escuchar los latidos de mi corazón en este espacio blanco, cada latido resonaba armoniozamente para yo recordar como gritaba mi esposa, esa cara de horror y sorpresa cuando se dio cuenta de que no era un juego, sus uñas me arañaban la cara cuando la apretaba, desesperada por encontrar el aire justo a tiempo, y con la mismas extrañamente me acaricio justo antes de caer a el piso, faltas de vida.

Ya no pude moverme, me quede mirando unos ojos azules, estaban clavados y existentes frente a mi cara, faltando solo milimetros para tocarme, pegandome de la pared. Vi que esos ojos me eran conocidos, y me dieron terror el darme cuenta a quien pertenecían, mi esposa, la difunta. Era ella misma, pero su quijada estaba mas abierta de lo normal, como si colgara, por lo que su boca estaba abierta. Vi perfectamente su aspecto cuando me di cuenta que era real por su olor, era un edor putrido que surgía de un cuerpo a mitad de pudrirse en la soledad de un cementerio, de el cual se supone que debieron de guardar a sus muertos para su eterno descanso, por lo que cometí lo que cometí para no volver a escucharla, ni ver otra vez esos ojos.
Esos ojos ahora me miraban, fijados en los míos como si estuviesen amarrados el uno al otro con hilos invisibles, ya no existía la muñeca que de la nada salió para simbolizar mi pecado, ahora el mismo ha venido pidiéndome un beso.
De entre lo que quedaba de carne en su boca, salió un gruñido que se fue haciendo mas audible al segundo,  haciéndome dar cuenta que un liquido caliente recorría mis piernas.

Mi esposa, la de blancos cabellos, me ha perseguido desde su tumba a este espacio de mi realidad, en la cual me horroriza con su canto dejándome sin fuerzas para defenderme, como si fuera un tipo de calmante o anestesia, que me hizo perder la fuerza de quedarme parado.
Luche por recuperar fuerzas, vi que mi esposa se acercaba a pedirme el beso con su boca el cual una vez me besó, me amó, y ahora...

Me mordió el hombro derecho, proferí un grito de dolor y desperté de mi somnolencia, no es un sueño, esto es dolor, tengo que escapar!
El dolor y el asco cuando ves que muerden y arrancar un pedazo de carne que es tuya, como si fuera una especie de fruta, solo que no sabías que doloroso era ser mordido, y mas si te acaban de llevar un gran pedazo de carne de lo que ha ido quedando de tu hombro.
La impotencia de no poder hacer nada, lleno de miedo y arrinconado bajo el poder de algo que una vez conociste, a travez de la carnicería, sentía como si mi esposa me lo reclamara "que se siente?" "como se siente morir pidiendo ayuda".

Me acordaba de esa vez que fuimos a Bélgica juntos, fuimos a Bruselas y caminamos entre el canal de agua que atravesaba la zona. Ví esa película como si fuese ajeno a ella, le quería, con ella danzaba sin música y la llevaba a explorar el mundo, siendo sus ocurrencias mi música, mi canción.

Me di cuenta de que el tiempo pasaba, y mi esposa ya había acabado con mis piernas, grite horrorizado y la ola de dolor volvió a mi como si fuera un refresco de soda que estaba ya batido y esperaba ser abierto, cuando abrió, todo el dolor en mi cuerpo volvió donde pertenecía. Vi toda la sangre que contrastaba tanto con su rojo este espacio perfectamente blanco, brotaban litros de la misma de mi cuerpo. Fuí perdiendo el conocimiento, pero su mano aplico fuerza en mi cuello haciendo que mi reflejo de respirar se dispare, desesperandome por zafarme de mi camisa de fuerza.

- Es lenta, y tan dolorosa la separación- dijo mi esposa con su maleta a sus pies, en su lado izquierdo, estábamos en un túnel, nada correspondía y ella no estaba muerta- pero no temas querido, que te prometí antes y delante de el altar que la muerte no nos separará, ahora vuelve amor mío, para que sientas como poco a poco te vuelves parte de mí.

Me hizo volver a la realidad, y no fue mucho que dure, se acerco a darme tal esperado, y cuando acepté mi destino de inmediato me arrepentí de tal al sentir que mi boca era mordida por la misma maldita que maté con mis manos, la misma que toque para querer y para satisfacer mis deseos carnales, mis gritos ya sonaban roncos y gastados por tanto gritar, ahogándose en el olvido en una habitación de un centro psiquiátrico.

En la tarde de el mismo día. El doctor encargado para remover la camisa de fuerza al paciente Jack Marphen, paciente masculino esquizofrénico de 30 años, se encontró con una mancha de sangre que cubría casi completamente la habitación, sin ninguna pista, puerta cerrada, y sin ni una huella sangrienta.









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