En avanzada hacia la gloria,
el color se escapó de mi visión y yo la vi,
la vi en aquel momento y ahora la veo dentro de mí,
amando mi lógica e influyendo a mi locura.
La vi tomar unas copas en aquel cálido lugar,
volaba entre los humos de mi inconsciencia volviéndome consciente,
consciente de mis delirios románticos al ver a una extraña en el bar,
consciente del azul de sus ojos y el blanco de mi alma.
Me acerqué aún sintiendo mis temblores,
mi cuerpo hablaba por si solo y yo me miraba como si me hubiese expulsado,
era en tercera persona pero lo sentía en primera instancia,
la fluidez de dos seres destinados a esa conversación, a ese momento, ese lugar.
Pasaba el tiempo y la gente se iba yendo poco a poco,
nos quedamos postrados en el mismo asiento y en la misma situación,
en el mismo delirio pero diferentes copas,
diferentes destinos pero el mismo lugar en mi corazón.
Viajaba por el mundo a vivir nuevas aventuras,
su espíritu no era de un solo sino de todos,
había visto cosas que nunca me hubiese imaginado,
y en pocos minutos ensancho mi mente y desbarato mi percepción.
Luego de unas horas el bar tenía que cerrar,
ella me vio entristecer al salir del mismo y fuimos hacia donde estaba aparcada,
la luna nos cantaba y la noche se volvió nuestra manta,
unimos los cielos con nuestro abrazo y me volví inmortal entre sus labios.
Subió a su moto y se despidió de mí,
era su venganza y cumplió su cometido,
siguió su viaje hacia afuera de mis sueños,
fuera de mi realidad, fuera de mi querer, fuera de verla de nuevo.
Como pasa el tiempo de rápido cuando le conviene,
han pasado más de treinta años y juré morir cada hora que pasaba,
la memoria me fallaba pero nunca con ella,
pues no había dejado de existir, habitaba siempre aquí, junto a mí en el mismo bar.
Los años no perdonan la insensatez,
repudian el querer a una simple memoria,
ella ya no existía en mi vida pero si en mi mente,
en cada minuto y en cada instante.
Volví al mismo bar y tomé una copa,
su recuerdo vagaba en la misma silla y me miraba de la misma forma,
sonrió y le pago al cantinero para irme del lugar,
hacia un diferente destino, otro país.
Ella me toma del brazo y mi mente aún no logra asimilar,
la miro a sus ojos y estos fueron adornados por su sonrisa,
estaba igual que aquella vez pero si la sentía aquí conmigo,
no era mi mente, era la hija de la luna.
Que es la vida si no un continuo descenso hacia la muerte?,
vivir de experiencias cada minuto y eso se lo dediqué a ella,
le planté un beso que valía por cientos,
minuto a segundo, y de segundo al infinito me volví inmortal entre sus labios.
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