Hay un país en el mundo,
donde el sol es obligatorio,
cada ocupante tiene su repertorio,
de historias de una niñez en el campo.
Donde la vista se pierde en verdes prados,
donde los perros deambulan en las calles sin ley,
donde hacen el mejor dulce de coco,
y el calor siempre sacará un suspiro por abusivo.
Las costas son hermosas,
las playas son eternas y te curan el alma,
la locura se contagia en el ambiente,
y la música y el trago compañeros indispensables.
Pero en su horizonte desde décadas de pronto antaño,
se extendió una plaga morada que devoraba las reces,
arrancaba los árboles con su hambre sin fondo,
y abría su gran boca devorando sus ríos y la arena.
Dicen que salio de entre la gente,
otros que fue la venganza de la isla por las devastaciones de Osorio,
las llamas quemaban la humanidad del hombre que pisaba en esas tierras,
la plaga anidó en sus corazones.
Volvió sordos a los gobernantes,
suplanto sus ojos con monedas brillantes,
su lengua en un billete verde,
y no tiene tacto porque su piel se volvió de hierro oxidado.
Esta es una denuncia para que lo escuchen los vientos,
porque arrecian a ellos de igual manera,
la quisqueya es indómita y brava,
pero el león la vendió a los extranjeros.
La morsa morada no hubo quien la parase,
abuso de sus habitantes con su mezquindad,
a lo primero con astucia y con su silencio,
cuando fue descubierta era tarde ya.
Mi quisqueya tiene complejo de la ciudad Atlantiana,
se sumergió en las profundidades en un largo sueño,
los embobaron con falsas sonrisas y pantallas,
les privaron de salir de su jaula de bronce.
Se clavaron a su teta y chuparon de sus nutrientes,
despilfarraron de las cosechas y vendieron hasta el alma,
secaron sus venas y solo se despegaba para preservarla,
secuestraron su dignidad y la creyeron suya.
No hubo pesticida que acabase con la plaga,
hay un país que muere bajo este agobio,
ya no hay playa limpia para enamorarse,
ya no hay tierra fértil para establecer sus raíces.
Estuvo tan al borde de morir,
que cuando le iba a robar su libre albedrío,
mi país reaccionó y se envivo de furia,
pero la plaga morada no es fácil de purgar.
Empezaron por cazar a las ratas que les enfermaban,
a los secuestradores que se robaron la vergüenza,
a esos gatos con saco y corbata que aprueban con beneficios,
a los allegados que por ser familia negociaron al país.
Hay un país en el mundo decía Pedro Mir,
pero no lo vio con ojos de este presente,
pues los ríos se secaron y los archipiélagos han sido allanados,
y la Ciguapa aulló de melancolía.
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