Lo veo cada día desde aquella vez.
Todo fue tan rápido. Iba hacia mi trabajo en mi bicicleta, el cielo estaba gris, amagaban las nubes con llorar sobre mi responsable persona, sobre el buen padre, apartado, mojado, apresurado por llegar y tener tiempo de sobra para tomarse un café antes de empezar la fuerte tanda. Hacía mucha brisa, mientras escuchaba música y me iba a otra realidad en un ensueño vespertino, me despertó una violenta sacudida que me golpeo en las costillas y me lanzo metros lejanos a otra dirección. No recordaba más nada, más que la lluvia que me golpeaba la cara, también estaba encima de algún líquido caliente que me abrazaba, que se iba conmigo, a un negro eterno que le daba bienvenida y me vestía de una seda que se sentía muy bien, que me dormía, ya nada sentía.
Me vi parado en un pueblo lejano, el contraste de un paisaje negro a un contorno de vida y colores me cegaban unos segundos, pero luego lo vi claro. Conocía ese lugar, camine sobre la tierra sin tocar, no sentía nada en mi cuerpo, era como si era ajeno a ese lugar, no podía sentir, oler, caminaba sobre el suelo, pero mis pies no le tocaban, solo pude escuchar, ver y andar por ese lugar.
Vi a mis cercanías a un niño de unos 2 años, jugaba con su coche y montaba por el asfalto alegremente. Conocía a ese principito, pensé que ya me había secado de la lluvia que caía encima de mí unos momentos antes, porque bajaron gotas de agua por mi mejilla abundantes, abundantes gotas de una lluvia de lágrimas que emanaban mis ojos.
No podía tocarlo, mi cuerpo no pertenecía al mismo lugar que el suyo, yo era una sombra negra y él era un pequeño sol, mi principito. Corrió hacia su madre con una sonrisa de oreja a oreja, la luz se movía junto a él y fui con él, para siempre con él, al fin podía volverlo a ver.
El tiempo no era igual para mí, cuando entramos a la casa el ya había crecido, tenía 10, jugaba videojuegos en la sala, dejo la tarea a un lado y se enfrascaba con un jefe en la pantalla del televisor. Mi foto junto a el estaba en el estante de al lado, había crecido tanto que ya el principito no era un pequeño bribón, era una miniatura mi con cabellos color bronce. El pequeño travieso parece que escucho lo mismo que yo, el sonido de un vehículo que se estacionaba al frente de la casa, era su madre. Bajaba junto a un señor del vehículo, supongo que el padrastro, pero antes de que al fin realizara que me sentia feliz porque había continuado y se le veía feliz, mi principito apago el televisor y la consola, acomodo el mueble para que pareciese que nadie se hubiera sentado allí, y cogió sus cuadernos y se escabullo hacia arriba a su habitación, igual que yo en mi infancia, porque si mi madre me pillaba, me quitaba los videojuegos.
Cuando subí con él, había vuelto a crecer, era un adolescente. Estaba encerrado en su habitación, pareciese estar enojado, pues tenía un reporte del colegio en su mesa de noche, y cuando me asome a leerlo, decía que se había peleado con varios chicos y que había lesionado a uno de ellos en la rodilla. Me sorprendí, él no era violento, lo vi sostener nuestra foto en sus manos, una lágrima resbalo escurridiza por su mejilla y comprendí.
Me senté a su lado y lo intenté abrazar, le entendía mucho y quería socorrerlo, quería hablarle y sonreírle por un momento, aliviar esos ojitos y que mi príncipe me viera, pero solo me pose por encima suyo de todos modos, aunque no me sintiera, aunque se sintiera solo en esos momentos, yo estaba allí, con él.
Cuando volví a abrir mis ojos, estaba en una iglesia, era grande y bella, estaba decorada con doradas y plateadas decoraciones que embellecían el blanco, mi principito, no, ya no era mi bebe, ya era un rey, pues lo vi en el altar junto a una bella mujer tomados de las manos en señal de matrimonio, una corona semi transparente se posaba en su cabeza y me cegaban los ojos, atrás suyo vi a otra joven a la que conocía, conocía esos ojos y el recuerdo de su canto entonaba en mi mente, era mi madre que también los observaba en mi posición.
Ella me miro, y sonrió, me tomo de la mano y junto íbamos saliendo de la iglesia hacia una luz sin fin, y en su eterna ternura me miro y me dijo con su voz maternal:
- Ya es tiempo de dejarlo ir, al igual que como lo hice contigo. Sigamos hacia adelante que ya el principito no es un pequeño bribón.
Y no vi más.
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