lunes, 1 de noviembre de 2021

La dama de blanco: la bestia pálida (primera parte)

 


Ha encontrado mi paradero, no hay escapatoria. Se escuchan sus pasos pausados en el jardin, gruñe la bestia, mis oídos se agudizan, comienza mi cuerpo a temblar porque con su presencia vienen recuerdos, recuerdos lejanos, pero bien recordados, vivos, vivos aquí en la piel, y en lo más profundo de mi sub-consciente. 

Todo final tiene un comienzo, el mío no fue de los buenos. Fui adoptado luego de vivir 2 años en el orfanato "Benevolente benefactor" por una señora sin igual. Cuando la vi por primera vez, yo tenía 10 años, estaba yo en el patio jugando con mis amigos, era casi de noche, uno de esos días grises de los cuales no se sabía si iba a llover o no, cae lluvia y luego escampa, un día bipolar. Ella estaba en la puerta del patio junto a nuestra cuidadora, sostenía un paraguas blanco y parte del mismo a lo lejos le tapaba parte del rostro. Por lo que si pude ver, es que tenía un pintalabios rojo muy llamativo, y esbozaba una sonrisa, la misma que caza mis pesadillas.

Cuando fue a por mí, ese día había una gran niebla que cubría el orfanato. Según mis amigos más mayores del orfanato, ella es una conocida del orfanato y tiene estrechos vínculos con el mismo. Desde que su anciano marido murió hace más de 10 años, ella se dedica a adoptar niños del orfanato y proveerles la mejor educación para que sean hombres de bien para la sociedad. 

La dama de blanco me esperaba en la entrada principal, iba completamente de blanco: su vestido, sus guantes, sus tacos, su paraguas.
Lo más importante, aparte de su cabello blanco también, eran esos ojos, ojos tremendamente azules, azules como el fuego azul, vivos como tales pero, helados. Tenía la misma sonrisa dibujada en su rostro, escondía detrás de la misma tantos misterios, 35 años, pero solo lo supe porque mi cuidadora lo menciono cuando me la presento antes de verla la primera vez, pero eso no se notaba mucho, pues su rostro no daba señales de alguna vez envejecer, siquiera de haberse enojado.

- Mi nombre, es Costela Satella, y oficialmente hoy, te vas conmigo, Dahrio. Bienvenido a la familia.

No pude decir palabra alguna, más que asentir con mi cabeza y darle la mano que pedía, su voz era tan maternal, femenina, suave. 

Me llevo en su coche negro hacia su enorme castillo, lo vi desde lejos cuando nos avecinábamos a su entrada. Las puertas se abrieron, pero no vi que alguien estuviese alli, pero antes de que preguntase e intentara mirar atras en lo que pasabamos, la señora Satella me tomo del rostro y me dijo estas palabras:

- Me encargaré que seas feliz, Dahrio, vivirás acá, y no iras a ningún otro lado- sus ojos eran dulces, pero un destello lejano en los mismos tenían cierta autoridad- tendrás clases aquí, dentro de tu nuevo hogar, no te faltara nada, mientras estes aca, bajo mis alas, podrás correr por este vasto terreno con libertad, podrás descansar bajo los árboles en verano mientras comes las más deliciosas frutas, y podrás deleitarte con el paisaje nevado desde la conformidad de tu habitación. Pero no puedes salir de aquí, alrededor de toda esta propiedad es tierra de saqueadores y maleantes, tierra de nadie, y por tu bien no permitire que salgas de aca hasta tu mayoria de edad.

- ¿Y vive usted sola acá en casa, señora Satella?- pregunté. Tuve tanta curiosidad, dado que tan grande castillo era imposible mantener por una sola persona.

- No. Tienes un hermano mayor, te lleva 5 años y se llama Gustav. Además de él y yo, criados que se encargan del castillo, pero a esos nunca los verás, pues no se les está permitido corromper a ninguna de mis crias, pequeños míos, ¿lo entiendes, Dahrio?

- Si, señora Satella.

- Llámame madre, hijo mío.

No les puedo mentir, eran tiempos de felicidad. Madre nos educaba ella misma, tenía amplios conocimientos de geografía, matemáticas, nos daba clases de idioma: español, ruso, italiano, holandés, alemán e inglés.
Cuando me aburría de día, iba al enorme terreno a montar caballo y tontear con mi hermano mayor, Gustav. Cuando me aburría de noche, no tenía más que tratar de dormirme, ya que, por órdenes de madre, ninguno de los dos podíamos salir de noche, tanto eso, como el que no podíamos tratar entrar a las mazmorras del castillo, ya que, además de habérnoslo prohibido, siempre estaba cerrado muy fuertemente, solo una llave especial podría abrir ese cerrojo.

Era extraño no poder ver a madre con nosotros afuera, y no sabía si también salia de noche, ya que cerraba nuestras puertas con seguro y solo era yo que podía ver parte del terreno. Nunca la vi comer suficiente, pues lo que comía lo comía muy despacio y cuando terminábamos siempre decía que no tenia apetito.

3 años después, llego el tiempo para que Gustav fuese a estudiar al extranjero. Madre quería mandarlo a Londres, para que estudiase medicina, ella siempre decía que era una muy buena carrera, y que Gustav sería un gran doctor. Yo quería ser sociólogo, me encantaba eso de saber sobre diferentes sociedades, culturas, el porqué de ciertos paradigmas en la sociedad, y como la historia lo fue moldeando, pero aún me faltaban algunos años, por lo que Gustav fue el primero en irse del castillo, y yo lo seguiría un tiempo después.
En la noche antes de su despedida, abrí la puerta de mi habitación, sin el permiso de madre, forze el cerrojo y abrí la puerta a escondidas, para ir a la habitación de Gustav y hablar con él antes de la inevitable despedida en la mañana, seguro estaría alistando sus cosas. Su habitación estaba completamente abierta, había un desastre en su habitación, como si hubiesen volteado la habitación completa en un ataque de ira.
Escuche un ruido por las escaleras, y decidí seguir de donde provenía, pues no veía a Gustav por parte y algo extraño estaba sucediendo en esos momentos.

Baje las escaleras en caracol siguiendo la pista, baje un piso, baje dos, pero el sonido provenía de más abajo, provenía del sótano.
Yo sé, no tenía que bajar, tuve que ser un ignorante y evitarlo, seguir las reglas, hacerme el tonto y dormir en mi cálida habitación, pero mi curiosidad se apoderó de mi, destruyo mi inocencia, mi virtud, mi único tesoro.
Mientras me acercaba al sótano, pude escuchar como alguien gritaba, era un grito como si algo le estuviese tapando la boca. Me moví más deprisa pero con cautela, y en las escaleras mientras me acercaba, estaba sangre derramada por ella, intensificándose más y más mientras bajaba.

Cuando baje las escaleras, vi la puerta de las mazmorras abiertas, la única vez que la encontré abierta fue esa vez, cuando descubrí lo más macabro que jamás pude haber visto nunca: era espeluznante, Gustav estaba débil, pero con lo poco que tenía fuerzas no podía hacer nada, una bestia enorme, pálida, esos ojos los conocía tan bien, azules como el más caliente fuego azul, pero eran inhumanos esta vez, tenía el rostro de la dama de blanco, pero su cuerpo era bestial, como un murciélago enorme, pero que se mueve en sus cuatro patas. La bestia engullía el cuerpo débil de Gustav por completo, este me miraba a los ojos mientras la criatura se lo comía, su expresión de terror nunca se va a desaparecer de mi mente, ni tampoco la mirada de la dama de blanco, cuando se dio cuenta de que la observaba.

- Hijo...mío...

La bestia se acercaba a la puerta con sus fauces abiertas, y una corriente en mi cuerpo me despertó del embelesamiento y cerré la puerta que tenia la llave aun pegada en ella, gire su llave y la encerré allí dentro.
Mientras corría, pude escuchar como la bestia golpeaba fuertemente la puerta, no creo que vaya a aguantar mucho. Corrí hacia la habitación de madre y solo vi una cama enorme, llena de telarañas y polvo, como si nunca hubiese usado la cama. A su lado, había un ataúd que si estaba limpio, estaba abierto y vacío, pero pude perfectamente imaginar a madre durmiendo en el, pacifica, inmovible, eterna.
Pude escuchar como la puerta de las mazmorras había sido destruida, el grito de la bestia, me tumbo al suelo tapándome los oídos, tenía que escapar, o yo sería el siguiente devorado por la bestia, la dama de blanco, Costela.

Tome las llaves de su habitación y corrí hacia el establo. No tuve el tiempo de ensillar al caballo, pues pude escuchar la voz de la dama de blanco resonando por el interior del castillo, en mi búsqueda, llamándome por mi nombre, con su voz maternal, rompiéndome el corazón. Cuando me dirigi hacia la salida, la vi en la entrada del castillo, en su forma humana. Estaba hermosa con su pelo suelto y blanco a la luz de la luna llena, estaba desnuda completamente y por su cuerpo pálido se veian grandes venas por todo su cuerpo bien pronunciadas, sus ojos azules eran tremendas lamparas que desde lejos, los veia brillar.

- No...hijo mío, mi amor, alma mía, no te alejes de mí- caminaba hacia mí con lastimoso caminar, extendía su mano hacia mi- mírame a los ojos amado mío, mírame a los ojos y reconóceme. No me dejes sola, porfavor...

Nunca debí mirarla a los ojos, pues cuando lo hice, los mismos se volvieron dos soles nocturnos que traspasaron mi alma y me sumergieron bajo su hechizo. Ella se acercaba mas y mas, yo tambien, mi cuerpo no era mio, mi cuerpo era suyo. Puso sus manos en mi rostro y la vi unos tremendos colmillos en su boca, lentamente desabotono mi camisa y descubrió mi cuello, y asi indefenso, traspaso mi cuello con los colmillos de su traición, dejándome débil poco a poco, cayendo sin fuerza alguna para defenderme, la próxima víctima para ser devorado por la dama de blanco, todo por solamente mirarla a los ojos.
De pronto el caballo relincho fuertemente por el miedo, y esto me saco de trance. Intente apartarla, pero no pude, no tenía fuerzas suficientes y ella parecía estar compuesta de hierro, pues no se movía ni en lo más mínimo. Comencé a golpear al caballo en las nalgas, y de pronto este soltó una fuerte patada a la dama de blanco en el cráneo que la derribo al suelo. No tenía fuerzas, pero ya abrí la puerta y me subí con lo que pude al caballo que yo montaba tanto. Le incité a correr, pero algo se aferraba a mi pierna derecha, era ella. Parecia no tener ningun golpe ya, tal golpe la hubiese matado o al menos dejado inconciente, pero a ella no, ya no tenia nada, ni una marca.

- Dahrio eres mio, podras intentarlo, pero nunca vas a escapar de la que mas te quiere, tu amada Costela. No huyas...

Insite al caballo para que fuera mas deprisa, yo estaba muerto de miedo, pero tambien de cansancio, y un sueño misterioso, hacia lo que fuera para no morir, para no morir como Gustav.

El destino ese dia me preservo para un futuro encuentro, pues el sol se avecinaba por el horizonte y como si este le pudiese hacer daño, me solto. La vi tumbada mientras la dejaba atras a ella y el castillo, a Gustav y los juegos en el gran terreno en verano, y las noches donde escuchaba a madre cantar en la lejania. Pero solo por un momento, solo unos años que de nada sirvieron para escapar de aquellos ojos azules, porque ahora de adulto me volvieron a encontrar, y no solo en mis mas profundos sueños.

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