No hay fortuna que se comparen con sus ojos. Las constelaciones en el cielo se pliegan en aquel violeta, como la pintura de su cuerpo en noches de verano. En las mañanas prepara un café y lo sirve con religiosidad, nunca fui partidista de ser adicto al café, pues mi madre siempre había sido adicta a su café y a su cigarrillo, siguiendo el mismo ritual cada mañana, cada tarde, y cada noche, en el patio de atrás de la casa mientras hablaba con cualquier miembro de la familia que le fuese a visitar. Así lo hacia la ciguapa en su balcón, desde que nos mudamos juntos a la capital, había tomado la costumbre de poner musica alta y cantar en el balcón, el mismo lugar en que también recibía a nuestras visitas con cervezas o ron, dependiendo de la ocasión. El sonido de la musica en el barrio era persistente, sin importar la hora una bachata o un merengue profanaba tus oídos aun en ayunas.
Habíamos empezado juntos a trabajar en un centro de llamadas, donde hacíamos tiempo extra para pagar la deuda que teníamos para conseguir los depósitos del alquiler. Tenemos ya varios meses en el mismo trabajo, y la ciguapa recibió un rápido ascenso a otro departamento, iba a ser la asistente de uno de los superiores más temidos de la empresa.
El verano era caluroso, pero cada vez que ella pasaba por el pasillo de la oficina, toda la habitación callaba, un calor se elevaba con lenta intensidad, y disminuía cuando salía del espacio, mi princesa reinaba y en su territorio se movía confiada.
Yo disfrutaba el ver sus ojos, llenos de un callado deseo queriéndola tocar, pero no pueden, esta lejos, es mía, y yo suyo y de nadie más.
Cada vez que terminamos de trabajar, nos encontramos en el colmado de dos calles más arriba, a tomarnos una birra y desahogar las quejas del día. A veces si las cosas abrumaban mucho, pasamos por donde un serio personaje con sobrenombre de una caricatura para niños a comprar con discreción algo de medicina para relajar el día con humo, y mas cuando estábamos enojados, porque la pipa de la paz calma los impulsos y la mala sangre.
Los fines de semana tomábamos un bus con rumbo distinto. Al principio solo íbamos a la playa de Juan Dolio o a Guayacanes a comer pescados y mariscos, y en esta ocasión nadamos juntos en Guayacanes. Le gustaba retarme en natación, haciendo que cuando yo saliera de la playa quedara yo estropeado y tenía un ligero sabor a metal en mi garganta por el jadeo y el cansancio.
Así era el sol de intenso y así lo era la ciguapa, un oleaje de amor y espuma, la sal en mi lengua y la grandiosa aventura, el poema que en una isla bendecida por los cielos azules inspira devoción al contemplarle andar, marcando para siempre sus pasos en la tierra en su caminar, ese tumbao’ que baila su cintura con ritmo quisqueyano.
Paso un haitiano vendiendo frutas, y ella pidió una piña. Mientras él pelaba la piña con cierta destreza, alguien en la playa encendió su bocina y pusieron una bachata de Aventura a todo dar,
la jalé hacia mí y nos pusimos a bailar en lo que el señor terminaba su trabajo. Cuando sus manos se pusieron en mi espalda, una corriente provino de ellas e invadió mi cuerpo por dentro. Acaricie su mejilla y la bese, ella era mi sueño y mi despertar tierno cada día, pura energía o electricidad, un rico morir soñando.
Tomamos la piña lista, y ella me atrajo a una sección solitaria de la playa, atrás de unos arrecifes. Empezamos a comer piña y a tomar del ron que llevaba en su cartera, cada vez que se acercaba me rozaba a propósito con sus piernas y volvía ese brillo en esos ojos verdes, el mismo brillo que me seguía cuando estaba en toalla saliendo del baño, esa hambre y esa fascinación pura que a menudo hasta me hacían imaginar escuchar un ronrroneo oculto detras de su sonrisa felina.
Ella me amaba, lo sentia en sus caricias en mi piel desnuda, me hacía recordar con sus besos que puedo ser bueno cada día, incendiaba con su querer mi cuerpo en las noches, inundaba de ternura mi templo cuando llegaba cansado de un día largo.
Me beso bajo el sol del caribe, el mismo que se sorprendió cuando nos agarró cogiendo por vez tercera, aun pegados como ahora en esta agua salada, zarandeándome la lógica y atrayendo mi locura, sintiéndome tal dragón con el tesoro entre sus patas.
A quemado mi pecho con lamidas de fuego, con su mano tal caricia que resonaba melodiosa en mi cuello, no le supe compensar y bajo vergüenza en su trampa caí.
Me empujo mas contra la roca y quedo su mirada a nivel con la mía, oprimiendo su cara con la mía.
Claro que estaba duro, qué joven en sus cabales no desearía mi suerte, su cuerpo. Pero por eso me he distinguido de cualquier otro, pues deseo su sabiduría, su picardía, su espíritu libre y su voluntad de fuego, la deseaba completa para mí, y eso, ella lo sabía.
Aunque amara a una diosa, ni las mismas estaban exentas de sus fallas. Había veces que no respetaba la opinión ajena, somos entes sociales lo sé, pero como en estos casos, ella no respetaba que no quisiera hacer una escena pornográfica frente a posibles ojos intrusos, nada más intruso que un guardia de seguridad pescando pervertidos como nosotros.
En un rápido movimiento, saco mi miembro y se apoyó más en mí, ahogo mi sorpresa con un beso opresor y se frotaba contra mí.
- ¡No hagas ruido y cálmate que nos van a ver!- dijo la bandida.
La osadía de la maldita. No espero mi respuesta y movió su pieza inferior a un lado. Esa sensación anestesiaba a cualquiera, y más como jadeaba en mi hombro con estimulante aire caliente. Pasaba cada segundo como si fuera eterno, sentía como si nuestras almas fueran las que se mezclaban a escondidas de la gente, apretó su mano donde tenía la piña y vertió todo su jugo en su boca, sintió mi sed, pues lo compartió conmigo dándome de beber de su boca.
El éxtasis y la emoción no aguantaban, y empujo más, haciendo que la penetrara. Otro de sus defectos era que no era paciente, porque no le importaba que al inicio doliera. Esta vez fue algo distinto, pues al estar tan húmeda no hubo problema alguno. Ella me besaba con prisa, yo sabía que era más para silenciar sus gemidos, rítmicamente lento, pero preciso.
Ella representaba todo lo bueno de esta isla, la humildad, la alegria, su gozo. La solidaridad de acogerme bajo sus brazos, transformándome poco a poco en lo mejor de mí, rompiendo el cascarón.
Duro y lento al ritmo de Aventura mientras la música sonaba ella se movía, bailaba mientras follaba conmigo en la playa. Me transportaba a escenarios lejanos, a lo alto de los Alpes, en lo profundo del Amazonas; me sumergía en el canal de la Mona con los naufragos y sus yolas, y en el último lugar del mundo con Ricardo Montaner.
- Yo no creo poder aguantar- dije de prepotente.
- Ay dale papi- exclamo.
Solo eran tres palabras, pero eran tantas las cosas que emitían esa corta frase. Significaba llegar al cielo, fundirse como chocolate derretido, lo más rico que pudieras saborear a través del oído, era la aprobación de culminar como un campeón.
Me vine como un perro a sabiendas de que ella estaba tomando sus pastillas, se apretó más a mí haciéndome percibirla como una serpiente, enroscándose en mi cuerpo más y más fuerte, mirándome fijamente a los ojos, yo observaba como se dilataban sus pupilas. Senti como algo apretaba en su interior y un temblor en el interior de sus muslos, un líquido caliente corría en mis piernas.
Ella se dio vuelta y se hundió más al agua avergonzada, yo fui y la abracé por detrás.
- Que no te dé pena, me hace feliz verte satisfecha- le consolé con un beso en sus mejillas.
Su beso aprobaba la cotorra, y con el acto sellamos nuestro recuerdo entre la sal y la espuma. Regresamos a casa en tal apretado transporte público para regresar a la cotidianidad, entre el ruido y la gente, la ciguapa y la ciudad.
Nuestra historia de amor solo había empezado.
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