Nuestra historia de amor había comenzado, pero el final, entre el fuego, había sido predestinado.
La policía me perseguía otra vez, pera esta vez no era por la deshora, sino por un crimen más atroz.
Ya el dulce de coco no me sabía a nada, y mango se podría en la cocina, el alma llena de alegría y vida que inundaba la casa ya no estaba, se había ido.
Sangre corría rampante aun mi cabeza, yo estaba mareado y vacío, ya había hecho lo que tenía que hacer, pensé que lo que hice me iba a satisfacer el odio, pero aún está ahí, persistente en mi pecho, persistente como mi huida de las autoridades en aquella carretera que se dirigía hacia Bonao.
Mi ciguapa no está, ya se fue. No se escapó entre los árboles y el trinar de las aves, como la primera vez que la vi, se fue, para la completa oscuridad, alejándome de sus ojos verdes.
Se fue aquella noche en que trabajaba hasta tarde para su jefe, se fue en esa última llamada en que me decía que me había dejado la cena preparada en el microondas, que calentara mi comida y que no la esperara, porque tenía cosas pendientes en su departamento.
Recibí una llamada horas más tardes de parte de la policía, la ciguapa no seguía con vida, pues la encontraron muerta en un basurero por el centro de la ciudad.
No entendía nada de lo que decían, solo que un vehículo gris marca Mercedes había escapado de la escena y por gracia divina había sido detenido en un retén policial improvisado más adelante, aun con la sangre en su camisa, relacionando dentro de un buen rato con el cadáver encontrado luego en aquel basurero.
No supe que más paso, pues al otro día en los servicios fúnebres muchos familiares míos y de ella se disculpaban conmigo, dándome el pésame y muchos consejos para seguir adelante en la vida.
¿Qué vida? Ya no escucharé sus cantos en el balcón mientras se confundían con el de las aves, ni probaré otra vez su café, que aunque no hacía nada diferente a los demás, le agregaba amor, que lo hacía saber tan distinto a cualquier otro.
Mi cara no se compadecía con su madre que lloraba desconsolada, mis emociones habían sido apagadas como sus besos, que me hacían ser mejor cada día, que me hacían querer ser bueno. Ahora solo quedaba una sola cosa que rugía desde mi interior: venganza.
No pude ponerle las manos encima, ya que estaba siendo retenido en el palacio de la policía nacional por homicidio y violación, pero solo vi una forma de hacerle pagar, y sufriría mucho peor que yo. Le haría sentir mi impotencia, pero estaría preso y pagando su crimen, y yo, estaría ya muy lejos.
A la semana siguiente, entre a su casa, donde dormía su esposa. Subí hacia su habitación, la encontré en paz durmiendo, como alguna vez dormía la ciguapa conmigo, acurrucada, pacifica, convirtiendo su calor en mi energía para el siguiente día.
Como me arrepentía de haberla conocido, de posar mis ojos en aquellos ojos verdes en el río, nunca debí de espiarla, aunque me perdiera la más hermosa obra de arte hecha de carne y hueso, porque ahora ya no está, está muerta. Lejos de mis ojos, lejos de mis manos, lejos de reposar nuevamente su cabeza cansada en mi pecho agitado por su amor.
Pero ahora no me arrepentía, porque así como lo advirtió la ciguapa que le espiaba desde lejos, así advirtió la esposa de aquel asesino que le observaba desde la oscuridad, envidiando su vida, deseando su muerte.
Grito, pero le calle la boca con mis manos, no la deje moverme de arriba de ella. Me transporté en aquella playa con la ciguapa, comiendo piña e invadido por el ron, soñaba que la tenía conmigo nuevamente, mientras la poseía con mi sexo entre las arenas y el mar. Pero esta no era mi ciguapa, esta era una inocente que no tenía nada que ver con las maldades de su esposo, pero no me importaba, porque la inocencia y la piedad habían abandonado mi corazón, al igual como aquel asesino mato y violo a la inocente de mi ciguapa.
Acabe con ella dejándola débil, pero ni ella ni su esposo podían advertir que el filo de mi machete pedía sangre, y sangre, le di de beber. Le di el primer tajo en su garganta, dejándole sorprendida y pidiendo aire. Sus ojos llorosos me suplicaban clemencia, imagine que así mismo pedían ayuda los ojos de la ciguapa antes de ser asesinada y tirara en aquel basurero, como si fuese un animal o un perro cualquiera.
Toda duda había sido borrada de mi conciencia, porque repetí los machetazos en el cuello, separando su cabeza del cuerpo, dejando la escena de crimen con un baño de sangre y un cuerpo sin cabeza.
Tome su cabeza y la monte conmigo en el carro del asesino con destino a mi antiguo hogar, para darle tributo a mi difunta amada.
Al parecer, uno de los vecinos llamo a la policía por haber escuchado el grito inicial de la víctima que ahora posaba en el asiento del pasajero. Sin medir palabra, le tiré el vehículo encima, matando al mono que pensaba que con su cuerpo y su arma de reglamento me iban a prohibir la salida, haciendo que ahora mi huida sea una persecución a altas velocidades por la autopista Duarte con rumbo a Jarabacoa.
La ciguapa de los pies invertidos era una alma de bondad, pura, que amaba el sol y las bienaventuranzas, por lo que creo que me merezco que se cruzara en medio de mi camino, haciéndome desviar el carro y estrellándome con un poste de luz.
Recobre mis sentidos rápidamente, y la mire al lado mío, con el mismo vestido que la vi aquel día en que se me presento en el parque de Bonao. Me veía con una tristeza, ya sabia que era mi final, pero no me importaba, pues no podía continuar viviendo sin sus ojos. Un olor a gas salía de atrás del vehículo, por el baúl, ese vehículo tenía un tanque de gas.
- Lo siento ciguapa- le supliqué con mi último aliento- nunca pude imaginar una vida sin ti, todo es tan injusto, tan injusta es esta vida. Pero me alegro de que al menos me puedo ir al infierno con el recuerdo de tus ojos verdes, donde serán la gota de agua que saceara mi sed en esa maldita eternidad bajo el fuego y azufre.
Su silencio me dijo más que las palabras, y alcance mis bolsillos para sacar un bate y el encendedor, para la última fumada.
- Gracias por haberme hecho tan feliz, te amo.
Una gran explosión alejó a los policías que se acercaban al vehículo, y entre las llamas vieron la sonrisa perversa del asesino corta cabezas, la figura de una mujer se elevaba entre las llamas hasta el cielo estrellado de estrellas, aquel fue el triste final de una historia terminada en cenizas, la historia de la ciguapa de los pies invertidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario