lunes, 23 de enero de 2017

El inframundo de sus caderas


Me matan las ganas de volverla a ver,
el suplicio de lo desconocido y de lo conocido arrebatado,
perjurio desconsiderado que irrumpe en mis noches de encanto,
borracho bajo la lascivia en sus pechos ahogado.

Quizá mi patria está muy lejos de tus deseos,
dibújame y descúbreme el mapa de mi cuerpo,
habítame en media eternidad de un beso arrepentido,
y en un desliz de una mirada enamorada seré tuyo.

Entrégame tus mañas y te querré mucho más,
despósame maniaca con tu mordida animal,
arruñame la espalda y trázame alas de carne,
y con el placer de tus doctrinas me vuelvo devoto. 

Puedo sentir sus manos cuando le pienso en mi cama,
y la simetría de su trasero sobrepasa mi realidad,
lo dulce de sus curvas y la gota de sudor en ellos se desliza,
siguiéndole mi lengua en mi viva imaginación.

Es allí donde mi alma quiere volver a habitar,
aquel lugar donde en ella habitaba la paz,
queriéndome con la llama de sus alas,
queriéndola con la corrompida noción de su amor.

Amor eterno, amor tan caro, amor tan terco,
tan fallido y tan en vano de lo que se preocupa,
eres modelo innegable de un pecho colonizado,
invadido aquí por esos ojos acaramelados.

Tal veneno es su saliva en el contacto de un beso,
que te arrincona y te hace suyo por completo,
porque piensas en ella y ella se vuelve tu realidad,
lo lindo y lo tierno asemejándose a lo perfecto.

Las noches de deleite son del largo de una sonata,
tantos besos y tantas rosas que arranque de otros jardines
el vacío no se llena con tantos cuerpos en la cama,
entre el conjuro de su canto, y el inframundo de sus caderas.

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