No se que pasa por mi cabeza,
puede ser correspondido o quizá sea un espejismo,
no sé ni nadie lo puede tener presente,
quizá este destinado a enamorarme de mi mismo.
La emperatriz de ojos azules me observa,
ella nunca se baja de su trono y se queda callada,
mi memoria solo sirve cuando le place,
porque colabora con mi alma cuando deseo amar.
Yo intento y a la vez me rehuso,
en la oscuridad nunca se aprende a querer,
la acerco y me insta a alejar,
la miro a los ojos y no la puedo ver.
Soy el anacoreta que nunca la puedo tener,
el esclavo de una tierra que no es fértil,
enemigo del sol y amante de la luna,
el desperdicio y el tesoro de una civilización perdida.
Vivir sin ella es como un pez,
lejos del agua y asfixiado por el aire de la muerte,
un hueco que solo lo llena el vacío de un temido adios,
alimentando una esperanza que me tiene amargado.
El silencio me da miedo,
vivo en el y mi corazón grita desde mis adentros,
amar y no ser amado es una desdichada colaboración,
entre el destino y mi correspondida soberania en el amor.
Cuando la beso me derrito en el ocaso de sus labios,
cuando la abrazo quisiera por siempre estar en sus brazos preso,
cuando la miro su mirada no puedo esquivar,
cuando nos unimos es una paradoja que no tiene fin.
Cuanto duele este temor de no volverle a ver,
no poder acariciar los momentos bellos en una imaginada unión,
todo surge y nada termina en esta carretera sin final,
la luna a mi lado y el terror de la noche del suyo.
Esto es un romance atado a una desdicha autoanunciada,
una indecision correspondida a un aullido a la lejanía,
se ha vuelto la droga que nunca he dejado de añorar,
mi dependencia se avecina y mas la quiero consumir.
Me visto con las sombras de la parca,
me uno a los secretos que jamas quisiera descubrir,
ella se marchaba para nunca volver,
invitándome a la nueva aventura sin final.
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